En el capítulo anterior de ¿Por qué me duele una lesión? vimos cómo se modulaba el dolor por mecanismos ascendentes y descendentes, excitadores e inhibidores, a pesar de que los que interesan en el manejo del dolor crónico son estos últimos. Para comprobar que no nos hemos perdido vamos a hacer un flashback de lo que ha aparecido hasta el momento.
Hemos visto una de las tres dimensiones del dolor, la sensodiscriminativa. También se han completado tres de las cuatro fases del dolor, ya que nos queda la percepción. Se han explicado las dos hiperalgesias, primaria y secundaria, así como las dos sensibilizaciones, central y periférica. ¿Seguimos?
Sufrimos una lesión, nuestro sistema nervioso envía el mensaje nociceptivo al cerebro mediante las fibras A-delta y simultáneamente mediante las fibras tipo C, que en lugar de usar el haz espinotalámico lateral en la sinapsis desde la primera a la segunda neurona (neoSTT), recorrerá mediante el haz espinoreticulotalámico (paleoSTT) las todas las zonas de relevo como el tálamo, protuberancia, sistema límbico, bulbo raquídeo, etc. de forma que, con más tiempo, le damos las dos dimensiones restantes al dolor: la cognitivo-evaluadora (corteza pre-frontal) y la afectivo-emocional (sistema límbico).
La dimensión cognitiva-evaluadora hace referencia a la valoración e interpretación de la persona por el dolor, "¿por qué debe dolerme?" ¿"qué me pasará ahora"?. Está influida por aspectos atencionales, contextos socioculturales y pensamientos o creencias acerca del dolor. Por ejemplo, un deportista que cura un esguince de tobillo grado II en dos semanas y sabe que es la lesión mínima a la que se somete, no es tan fatalista como una persona que tiene un esguince grado II como primera lesión de su vida. De igual modo, el afrontamiento al dolor como estresor es capaz de cambiar esta percepción, ya que no es lo mismo plantear "¡vamos a curar esta lesión!" que decir "¡Oh Dios mío, ya nunca estaré bien!"
El último componente, el afectivo-emocional se integra en el sistema reticular y sistema límbico, hipotálamo y núcleo medial del tálamo, por lo que la respuesta final o mejor dicho, la multidimensionalidad del dolor, implica a nuestro almacén emocional, recuerdos y sentimientos. Mediante esa interconexión de relevos entendemos que el dolor es capaz de inducir reacciones neurovegetativas mediante la activación de la formación reticular y áreas de la parte superior de la médula espinal (bulbo raquídeo). Afectar a la conciencia (el dolor leve aumenta la concentración, el dolor severo causa inconsciencia), y producir una respuesta cardiovascular y respiratoria frente a los estímulos dolorosos, respuestas endocrinas (ya que alcanzan el hipotálamo), respuestas de ataque-huída, ansiedad, depresión, etc.
Con esa última dimensión se completaría la última fase del dolor, la percepción, que es mucho más compleja de lo que hemos explicado aquí, ya que existen aún estructuras e innumerables interconexiones por desvelar. Así pues, el dolor final depende también de factores como la personalidad, estado de ánimo, miedo, enfado, frustración, del momento o situación de la vida en la que se produce el dolor, nivel cognitivo, intelectual, dolores previos y aprendizaje de experiencias previas.
¿Por qué te duele una lesión, entonces? Por todo eso y por la "escucha" que haces sobre tu lesión, la importancia que le das, lo que supone para ti, tus miedos, tus anteriores lesiones, tu afrontamiento, y por tu propia sensibilización al dolor. Si no se pudiera modular el dolor, ¿cómo haría un fákir para tumbarse en una cama de clavos? ¿cómo es que al llegar a casa con la mountain bike aprecias cortes y heridas en las piernas que ni siquiera habías notado? ¿por qué si te digo que te ha tocado la lotería, deja de dolerte el lumbar y te pones a pegar saltos?
0 comentarios:
Publicar un comentario